lunes, 7 de febrero de 2011

EL CONTENIDO DEL CORAZÓN


Granada aún tiene una deuda pendiente con Luis Rosales. Ya han pasado las conmemoraciones del primer centenario de su nacimiento y se ha podido comprobar que desde las instituciones no se ha hecho todo el esfuerzo que la ocasión merecía, aunque ha habido excepciones plausibles, más bien fruto de iniciativas privadas e independientes. Está claro que a menudo la política condiciona los caminos de la literatura, sobre todo cuando solo nos fijamos en el reverso de una moneda, olvidando siempre el otro reverso. Pero a pesar de los escollos y los olvidos premeditados, de la mirada intencionada hacia otra parte, la alta literatura tiene el don de subsistir más allá de los espejos vanidosos del mercado literario y la jerarquía impuesta en el mundo de las Letras según el poder dominante de cada época.


He releído durante estos últimos días de duro invierno El contenido del corazón, una de las obras de prosa poética más sobrecogedoras que ha conocido la literatura española del siglo XX, publicada por Rosales en 1969, aunque comenzó a escribir a partir de 1940. Lo leí hace unos años en la biblioteca de la facultad de Filosofía y Letras y el mes pasado lo encontré en una librería de viejo de nuestra ciudad, y su lectura me ha impactado mucho más que aquel primer encuentro. En El contenido del corazón se encuentra definida, en toda su plenitud, la voz poética de Luis Rosales, su universo literario, un mundo particular en el que el poeta apenas se movió a lo largo de toda su trayectoria de escritor: la vida interior de las casas familiares, los recuerdos y los fantasmas del pasado, el amor y el desamor, los ecos y las voces de los seres queridos que nunca llegan a disiparse en la memoria.


Aunque Granada es el escenario de fondo de El contenido del corazón, la verdadera Granada es la que encontramos entre las paredes de la casa familiar, con la madre del poeta como centro de reflexión y cohesión de todos los textos de la obra. Y hay que resaltar el papel de las mujeres en este libro: sus voces son las dueñas de la casa, las conservadoras del saber popular, el legado sentimental de las generaciones precedentes, en suma, la memoria viva de la familia. Luis rosales, desde la lejanía de los años de la madurez y la distancia con su ciudad natal, supo explorar en el mundo femenino que le rodeó durante la infancia la vía donde encauzar y aunar los recuerdos y la expresión poética, la historia universal del corazón. El resultado del libro es asombroso, por su calidad literaria y el trabajo minucioso de un poeta que era muy consciente de que el fuego de la poesía hay que cultivarlo de por vida para que las palabras no terminen convertidas en simples cenizas: "Convertir las imágenes en palabras ha sido una labor de taracea, una labor de muchos años que nunca se termina y nunca se hace bien. Y a esta labor, a esta palabra inarticulada y sucesoria, le llamamos vivir."


Luis Rosales se hubiera merecido más en la celebración del centenario de su nacimiento. Granada aún sigue en deuda con uno de sus mejores poetas. Para los amantes de la poesía nos quedan sus libros, como El contenido del corazón, que están destinados a traspasar los años y las fronteras más mundanas de la realidad local en la que vivimos.

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